dissabte, 10 de setembre del 2011

¡Cuánto nos gustan las desgracias ajenas!

¡Cuántas veces hemos reído con las historietas de los tebeos o cómics o incluso en los dibujos animados de la televisión en los que caen de las ventanas o balcones los objetos más inverosímiles y se le cae a un transeúnte en la cabeza! Normalmente sucedía que al impactar el objeto que fuera sobre el desgraciado que pasara por allí, los dibujantes representaban un boquete en el suelo de la misma forma del sujeto en cuestión. Este es un tema recurrente de los dibujos donde las tramas son muy similares en cada capítulo. Desde Mortadelo y Filemón hasta Buggs Bunny pasando por el Correcaminos o Piolín y Silvestre, siempre había una trama de persecuciones que, aunque variaban en la forma en cada episodio, siempre había una víctima que recibía unos buenos mamporros. Y muchos de ellos provenían de objetos que caían de las ventanas o balcones de los edificios.





Digo esto porque leo en el periódico la noticia de que un hombre muere aplastado por un sofá durante una mudanza. Si no fuera por el fatal desenlace, esto sería una noticia para reírse un buen rato (aunque siempre habrá algún desalmado que no tenga dos dedos de frente y se ria tambien). Ya se sabe que nos gusta ver las desgracias ajenas. Nos agrada ver un accidente en la autopista o carretera y reducimos la velocidad para intentar ver algo, si es con alguien tendido en la calzada, mejor. No importa si con esa acción provocamos una retención de tráfico mientras saciamos nuestras ganas de ver a algún herido. Nos gusta ver las cosas malas que les pasan a los demás. Queremos ver imágenes de edificios inundados después de grandes tempestades. O cómo han quedado las casas después de un terremoto o un tsunami. O los accidentes de aviones. A veces es más apasionante ver las caídas de los motociclistas en el Mundial de motociclismo que la propia carrera. ¿Y los esquiadores? Es impresionante ver los esquiadores en esos trampolines cuando pierden el equilibrio en el aire y se pegan un gran batacazo. Se debería premiar más al que mejor caída tiene y no al que más salta.

Son desgracias que ocurren, y nos gusta verlas. Pero si en vez de un desconocido el accidente de tráfico lo tenemos nosotros, la cosa ya no tiene tanta gracia. O si se nos inunda el piso después de una tormenta, ya no nos gusta tanto. O si se nos rompe la clavícula al caernos de una moto. Pero la mayor desgracia que podríamos tener es que fuéramos gente anónima, ya que si al menos fuéramos gente popular o famosa, siempre nos quedaría ir al Sálvame deluxe a contar nuestras miserias y de paso, para rentabilizar nuestras desgracias.

dimarts, 6 de setembre del 2011

Economía de la subsistencia

Me preguntaba el porqué de que en los menús de bares y restaurantes los jueves se dispone de arroz o paella. Siempre los jueves. He encontrado varias teorías al respecto, desde los que opinan que es debido a que los pescadores en el pasado se echaban al mar los lunes y la pesca no llegaba a los mercados interiores hasta el jueves, hasta los que opinan que es debido a que las empleadas del servicio doméstico, como libraban los jueves, dejaban preparados los ingredientes el día anterior, para que las "señoras" de la casa sólo tuvieran que añadir los ingredientes el jueves. Otra teoría, quizás la que más me convence, es la de un cocinero que contestaba en un foro acerca de esta misma cuestión. Decía que era para aprovechar las sobras del resto de la semana, ya que el viernes hay menos gente en los restaurantes ya que muchos hacen jornada intensiva en sus puestos de trabajo. En cambio, también hay las hipótesis más descabelladas, como la del que dice que se sirve el jueves porque Franco solía ir a comer paella los jueves y los restaurantes se apresuraban a tener el plato listo por si al dictador se le ocurría aparecer por allí (qué horror).



En cuestión de aprovechar, también podríamos mencionar el origen del "pan con tomate", típicamente catalán, que proviene del ablandamiento del pan duro restregando el tomate maduro sobre él y añadiendo un poco de aceite.



Asimismo, también se aprovechan los restos del caldo para hacer croquetas o canelones.

Todo ello, como vemos, proviene de tiempos pretéritos, donde, o sea por necesidad o por escasez, la gente tenía que aprovecharlo todo. No se vivía en la abundancia ni sobraba nada. Por ejemplo, nos sorprende que una persona mayor afloje una de las dos bombillas de su lámpara del comedor para gastar menos, aunque a nosotros nos parezca que no se ve nada. O que llamen a un reparador de electrodomésticos (porque, ¿existen aún, verdad?) para arreglar su lavadora, en vez de comprarse una nueva de esas que están diseñadas para que duren cinco años.

Quizás deberíamos fijarnos un poco más en nuestros mayores. Es inconcebible la destrucción a la que estamos sometiendo a este planeta a base de despilfarrar energía, con sus efectos medioambientales y produciendo todo tipo de basuras de aparatos fácilmente reparables o envases de difícil reutilización o reciclaje. Ellos ahorran lo que pueden y aprovechan lo que tienen porque han padecido escasez y lo valoran. Valoremos también lo que tenemos y no lo echemos a perder. Está en nuestras manos.