El otro
día fui con mi mujer a hacerse unas gafas
nuevas a una óptica (claro, no va a ser a una carnicería, je, je) ya que las
que tenía tenían los cristales rayados. Era una óptica de una cadena muy
conocida. Nos atendió una chica joven que le hizo a mi mujer la previa revisión
del estado de su vista. Una vez terminada la revisión, automáticamente nos
hicieron pasar a una apartado con su mesa y sus sillas donde se encontraba él,
el “yotevendohastaamimadre”.
Nosotros llevábamos las gafas antiguas, ya que lo que pretendíamos era
simplemente cambiar los cristales, no la montura. Queríamos aprovechar la
montura antigua, que estaba en perfectas
condiciones, para ahorrarnos un dinerillo. Lo primero que nos dijo el Anibal
de los ópticos, es que no valía la pena, que sería más barato comprar unas
monturas y unos cristales nuevos, ya que tenían una oferta en la que las gafas
salían a mitad de precio, pero eso sí, siempre y cuando compráramos la montura.
Siempre que hemos comprado unas gafas,
nos han costado alrededor de los 300 euros, así que haciendo la cuenta de la
abuela, lo lógico es suponer que unas gafas con ese magnífico descuento nos
saldrían por 150, ¿no? Además, tenían la magnífica oferta de 2x1, en la que nos
beneficiábamos de más descuento si comprábamos otras gafas. Como nosotros
queríamos sólo unas gafas, rechazamos la oferta. ¿Para qué queremos dos pares
de gafas si sólo necesitamos un par? ¡Si lo más seguro es que te cambie la graduación antes de que tengas que usar el segundo par de gafas!
No hay nada más molesto para una persona que
vaya a comprar una cosa concreta que el vendedor te salga por peteneras y te
empiece a calentar la cabeza con ofertas de todo tipo. En la actualidad nos
encontramos con que un artículo ya no tiene el precio que marca la etiqueta,
siempre está el pero, “pero si compras dos…”, “pero si eres socio del club tal…”,
“pero si tienes nuestra tarjeta de crédito…”, con el que dicen que te puedes
beneficiar de descuentos. Es una práctica molesta. Si yo me quiero comprar un
gel de baño y vale tanto, quiero un gel de baño que vale tanto, no un gel que
sea más barato si compro dos o tres, o si lo compro con una tarjeta
determinada.
Volviendo al tema del avasallador de los
ópticos, acordamos el tipo de montura donde iban a alojarse los cristales y
tras las pertinentes gestiones pagamos y quedamos en un día para recoger las gafas.
Pero eso sí, antes de irnos no podíamos hacerlo sin antes oír la magnífica
oferta de dos gafas de sol por cuarenta euros. Ah! Se me olvidaba, las gafas
nos costaron 350 euros. O sea, igual que en cualquier otro lugar. ¡Menudas
ofertas!
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