divendres, 28 d’octubre del 2011

Una de ejecutivos agresivos


El otro día fui con mi mujer a hacerse unas gafas nuevas a una óptica (claro, no va a ser a una carnicería, je, je) ya que las que tenía tenían los cristales rayados. Era una óptica de una cadena muy conocida. Nos atendió una chica joven que le hizo a mi mujer la previa revisión del estado de su vista. Una vez terminada la revisión, automáticamente nos hicieron pasar a una apartado con su mesa y sus sillas donde se encontraba él, el  “yotevendohastaamimadre”. Nosotros llevábamos las gafas antiguas, ya que lo que pretendíamos era simplemente cambiar los cristales, no la montura. Queríamos aprovechar la montura antigua, que estaba en perfectas  condiciones, para ahorrarnos un dinerillo. Lo primero que nos dijo el Anibal de los ópticos, es que no valía la pena, que sería más barato comprar unas monturas y unos cristales nuevos, ya que tenían una oferta en la que las gafas salían a mitad de precio, pero eso sí, siempre y cuando compráramos la montura. Siempre que hemos  comprado unas gafas, nos han costado alrededor de los 300 euros, así que haciendo la cuenta de la abuela, lo lógico es suponer que unas gafas con ese magnífico descuento nos saldrían por 150, ¿no? Además, tenían la magnífica oferta de 2x1, en la que nos beneficiábamos de más descuento si comprábamos otras gafas. Como nosotros queríamos sólo unas gafas, rechazamos la oferta. ¿Para qué queremos dos pares de gafas si sólo necesitamos un par? ¡Si lo más seguro es que te cambie la graduación antes de que tengas que usar el segundo par de gafas!



   No hay nada más molesto para una persona que vaya a comprar una cosa concreta que el vendedor te salga por peteneras y te empiece a calentar la cabeza con ofertas de todo tipo. En la actualidad nos encontramos con que un artículo ya no tiene el precio que marca la etiqueta, siempre está el pero, “pero si compras dos…”, “pero si eres socio del club tal…”, “pero si tienes nuestra tarjeta de crédito…”, con el que dicen que te puedes beneficiar de descuentos. Es una práctica molesta. Si yo me quiero comprar un gel de baño y vale tanto, quiero un gel de baño que vale tanto, no un gel que sea más barato si compro dos o tres, o si lo compro con una tarjeta determinada.



    Volviendo al tema del avasallador de los ópticos, acordamos el tipo de montura donde iban a alojarse los cristales y tras las pertinentes gestiones pagamos y quedamos en un día para recoger las gafas. Pero eso sí, antes de irnos no podíamos hacerlo sin antes oír la magnífica oferta de dos gafas de sol por cuarenta euros. Ah! Se me olvidaba, las gafas nos costaron 350 euros. O sea, igual que en cualquier otro lugar. ¡Menudas ofertas!



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