dijous, 3 de novembre del 2011

La impuntualidad es una falta de respeto, no de tiempo


   La puntualidad se tiene o no se tiene. Es algo innato en la persona. Hay quien siempre llega puntual a los sitios y hay quien siempre llega tarde a los sitios. Hay quien toma sus medidas para no llegar tarde y hay a quien no le hace falta, ya que allí estará como un clavo a la hora fijada. Por el contrario, hay quien llegará tarde sea cuales sean las circunstancias. Hay casos en los que hasta tienen que citar a los tardones con media hora de adelanto para que los puntuales no estén de plantón esperándolos. Recuerdo que hubo una temporada en la que adelantaba el reloj unos minutos para asegurarme de que no llegaba tarde al trabajo. Pero entonces pasaba que no vivía en la hora  correcta y tenía que calcular unos minutos menos a la hora marcada en el reloj para saber a la hora que vivía. Tenía una hora en el despertador, una en el salpicadero del coche, otra en el reloj del comedor… Pero llegó un día en que dije que no podía ser y desde entonces  tengo todos los relojes a la misma hora, la real, y me espabilo para llegar puntual.



   De todos modos, al que es de llegar tarde no le importa mucho el tener una persona esperando. Llegará tarde sí o sí. En la empresa en la que trabajo teníamos la hora de entrada a trabajar fijada a las ocho de la mañana. La mayoría de los trabajadores llegaban antes de esa hora, pero había un grupito, siempre el mismo, que llegaba unos minutos tarde (curiosamente eran del pueblo donde estaba ubicada la empresa, mientras que los que vivíamos a treinta kilómetros éramos los más puntuales). Un año, al elaborar el calendario laboral del año siguiente, el comité de empresa y la empresa misma  acordaron empezar a las ocho y cinco minutos de la mañana. Lo lógico es pensar que daría tiempo a que los que antes siempre llegaban tarde ahora con el nuevo horario llegarían puntuales. Pues no, si antes llegaban a las ocho y cinco cuando tenían que entrar a las ocho, ahora resultaba que en vez de a las ocho y cinco llegaban a las ocho y diez. ¡Y aún había gente que decía que no pensaba levantarse antes para llegar a la hora! 

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