divendres, 3 de febrer del 2012

¿Qué hemos hecho de nuestro mundo?


   Dice el primer texto de la Biblia que Dios creó los cielos y la tierra. En los primeros versículos del primer libro de los 66 que consta la Escritura se nos cuenta la formación de la tierra y cómo se fue desarrollando y poblando. Posiblemente el que lea esto no sea creyente, pero lo que nadie puede negar es que antes de convertir nuestro mundo en lo que hoy es, la Tierra era un planeta con unos recursos por explotar. Quién podría suponer en el principio que convertiríamos aquel mundo en un sistema en el que la avaricia y la inconsciencia de la raza humana nos están llevando a la hecatombe. A nadie le importa lo que le pase a la persona que está a su lado. Todo se ha basado en la obtención del dinero como el modus vivendi universal. Todo el mundo tiene como objetivo en la vida conseguir un trabajo para ganar dinero con el que pagar sus necesidades. Y cuanto más ganes, mejor. Más dinero, más capacidad de obtener cosas y más poder. De ahí que muchas veces la gente lo quiera a costa de no ganarlo honradamente. Cuando Dios hizo los cielos y la tierra nos dio todo cuanto necesitamos. Nos dio el suelo donde pisamos y todo lo que necesitamos para progresar y hacer el mundo mejor. No es malo ir evolucionando. El fuego, la rueda, el alimento, todo ello nos lo dio a través del progreso de la raza humana, y a partir de ahí, al hombre se le dio la facultad y el libre albedrío de ir poco a poco desarrollando sus cualidades e ir evolucionando y perfeccionando sus inventos. Cuando Dios hizo los cielos y la tierra, nos dio la libertad de hacer con los recursos que nos puso a nuestro alcance lo que creyéramos que era lo mejor para las personas y el mismo planeta. Pero eso era la intención, claro. Quizás cuando Dios hizo los cielos y la tierra nos dio la facultad de escoger y, en consecuencia, de equivocarnos.



   Cuando Dios hizo los cielos y la tierra, y los recursos que nos dio, no quiso que sólo unos pocos se aprovecharan de ellos. Cuando hizo las plantas, quiso que algunas de ellas fueran buenas para uso alimentario, otras para uso aromático y otras para uso medicinal. Y de ahí pasamos a desarrollar medicinas químicas. Pero se trataba de desarrollar medicinas para todos, no para unos cuantos, ni para probarlas como conejillos de indias en los países pobres de África, ni para que los intereses de una industria farmacéutica ávida de dinero inventaran además de las vacunas, las enfermedades que se curan con ellas. O investigarían la erradicación de las enfermedades contagiosas o mentales, en vez de potenciar el uso de medicamentos a enfermos crónicos (¿o deberíamos decir potenciar enfermos crónicos proporcionando medicinas que causan dependencia?). Si desaparecieran las enfermedades, no harían falta medicamentos y en consecuencia las farmacéuticas no ganarían tanto dinero como ahora. Prefieren a gente enferma antes que sana.  

   Cuando Dios hizo los cielos y la tierra, quiso darnos unos recursos para todos, que cada hombre y cada mujer pusiera sus capacidades y sus dones para ayudar al prójimo y, entre todos, hacer un paraíso aquí, en la Tierra. Unos desarrollarían la alimentación, otros el vestir, otros nos llevarían de un lado a otro en transporte público, otros distribuirían periódicos, otros fabricarían aparatos electrónicos, otros perfumes, otros los muebles, otros las viviendas, todo como hasta ahora, pero todo ello sin mayor interés que vivir sin preocupaciones haciendo cada uno lo mejor que pudiera para la humanidad. Todo el mundo tendría de todo y trabajaría para todos. Naturalmente la idea no era que la inmensa mayoría de la población obtuviera por su trabajo unos ingresos con los que apenas llegan a final de mes mientras que hay otros que ganan en un día lo que los otros no ganan en dos años.

   Pero estamos en el siglo XXI y peor no podíamos haberlo hecho. Estamos agotando recursos sin pensar que se acaban. Contaminamos más que nunca y cuando se les advierte de ello a los que más lo hacen, disimulan y dicen que los otros más. La riqueza de la población mundial está en unas pocas manos. Más del 90% de la población mundial tiene menos poder adquisitivo que el resto. ¿Por qué? Por la avaricia de esos pocos. Se dedican a acumular riquezas muchas veces a costa de fabricar productos en los países donde poco o nada se respetan los derechos humanos. Los negocios son simplemente una máquina de hacer dinero, y si puedes aplastar a la competencia, mejor. Nada de montar el negocio para servir a las personas, sino para ganar dinero. En una empresa, antes era más importante  la sección técnica, donde se desarrollaban los productos y se vendían por su calidad, mientras que ahora lo importante es la sección comercial, donde las empresas buscan a la gente que vende hasta a su madre con tal de conseguir vender algo. No importa si el producto no es tan bueno, si tienes un buen comercial, te lo venderá igualmente, aunque sea mintiendo.

   A los bancos hay que darles de comer aparte. Lo que debería ser un servicio para el ciudadano es una insensible fábrica de usureros para ganar dinero a toda costa. Y te ofrecen de todo para que te abras una cuenta en su entidad y quedar atado durante décadas a ese banco. Y ahora son, además, más inmobiliarias y vendedoras de seguros que administradoras de dinero. No te aconsejan lo mejor para el cliente, sino lo mejor para ellos, amparándose en la ignorancia de la gente.

   Políticamente, el mundo es una pena. Dividido en dos centenares de países, hay para todos los gustos. Democráticos, dictatoriales, monárquicos, republicanos, teocráticos, pero todos ellos son gobernados por gente ambiciosa que no tiene reparos en mentir si ello le permite perpetuarse en el poder y seguir enriqueciéndose, mientras no pagan los impuestos en el país que dirigen y que tanto dicen que aman, porque tienen todo lo que le sisan a los contribuyentes en paraísos fiscales.

   Que haya tantos países y tan diversos es una gozada para la industria armamentística, que se frotan las manos cada vez que algún dirigente de algún país pequeño se envalentona y se le ocurre amenazar a las grandes potencias. El problema es que llegue el día en que sea una gran potencia la que amenace a otra gran potencia. Las consecuencias las pagaremos todos los demás.

   Miedo da pensar lo que se oculta a la gente corriente. Entre intereses económicos, políticos y sociales, no es de extrañar que los que poseen esos poderes teman perderlos, y para ello nos acribillan cada vez más con más leyes que recortan las libertades del ciudadano, como el control de Internet, las censuras, o la cada vez más numerosa presencia de cámaras de vigilancia en las calles (de momento en las calles).

   ¿Y qué decir de la Justicia? Si eres un desgraciado que robado para comer es más probable que se quede en la cárcel a cumplir su castigo que un ricachón poderoso que haya amasado una fortuna a costa de defraudar a hacienda o robar fondos públicos o privados, o aprovechando su buena colocación política, o sobornando a jueces o jurados. Es incomprensible que esa gente que estafa, engaña y roba se permitan el lujo de estar en la calle simplemente por disponer de un dinero robado que les sirve para pagar las fianzas multimillonarias.

   Pero Dios creó los cielos y la tierra, y debe estar sorprendido de lo mucho que ha aprendido el hombre fruto de su creación. Sorprendido de ver que lo que Él nunca hizo, como poner freno a la libertad del hombre, sí que es el hombre el que le pone todas las prohibiciones y límites a sus congéneres.

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