Dice el primer texto
de la Biblia que Dios creó los cielos y la tierra. En los primeros versículos
del primer libro de los 66 que consta la Escritura se nos cuenta la formación
de la tierra y cómo se fue desarrollando y poblando. Posiblemente el que lea
esto no sea creyente, pero lo que nadie puede negar es que antes de convertir
nuestro mundo en lo que hoy es, la Tierra era un planeta con unos recursos por
explotar. Quién podría suponer en el principio que convertiríamos aquel mundo
en un sistema en el que la avaricia y la inconsciencia de la raza humana nos
están llevando a la hecatombe. A nadie le importa lo que le pase a la persona
que está a su lado. Todo se ha basado en la obtención del dinero como el modus vivendi universal. Todo el mundo
tiene como objetivo en la vida conseguir un trabajo para ganar dinero con el
que pagar sus necesidades. Y cuanto más ganes, mejor. Más dinero, más capacidad
de obtener cosas y más poder. De ahí que muchas veces la gente lo quiera a
costa de no ganarlo honradamente. Cuando Dios hizo los cielos y la tierra nos
dio todo cuanto necesitamos. Nos dio el suelo donde pisamos y todo lo que
necesitamos para progresar y hacer el mundo mejor. No es malo ir evolucionando.
El fuego, la rueda, el alimento, todo ello nos lo dio a través del progreso de
la raza humana, y a partir de ahí, al hombre se le dio la facultad y el libre
albedrío de ir poco a poco desarrollando sus cualidades e ir evolucionando y
perfeccionando sus inventos. Cuando Dios hizo los cielos y la tierra, nos dio
la libertad de hacer con los recursos que nos puso a nuestro alcance lo que
creyéramos que era lo mejor para las personas y el mismo planeta. Pero eso era
la intención, claro. Quizás cuando Dios hizo los cielos y la tierra nos dio la
facultad de escoger y, en consecuencia, de equivocarnos.
Cuando Dios hizo
los cielos y la tierra, y los recursos que nos dio, no quiso que sólo unos
pocos se aprovecharan de ellos. Cuando hizo las plantas, quiso que algunas de
ellas fueran buenas para uso alimentario, otras para uso aromático y otras para
uso medicinal. Y de ahí pasamos a desarrollar medicinas químicas. Pero se
trataba de desarrollar medicinas para todos, no para unos cuantos, ni para
probarlas como conejillos de indias en los países pobres de África, ni para que
los intereses de una industria farmacéutica ávida de dinero inventaran además
de las vacunas, las enfermedades que se curan con ellas. O investigarían la
erradicación de las enfermedades contagiosas o mentales, en vez de potenciar el
uso de medicamentos a enfermos crónicos (¿o deberíamos decir potenciar enfermos
crónicos proporcionando medicinas que causan dependencia?). Si desaparecieran
las enfermedades, no harían falta medicamentos y en consecuencia las
farmacéuticas no ganarían tanto dinero como ahora. Prefieren a gente enferma
antes que sana.
Cuando Dios hizo
los cielos y la tierra, quiso darnos unos recursos para todos, que cada hombre
y cada mujer pusiera sus capacidades y sus dones para ayudar al prójimo y,
entre todos, hacer un paraíso aquí, en la Tierra. Unos desarrollarían la
alimentación, otros el vestir, otros nos llevarían de un lado a otro en
transporte público, otros distribuirían periódicos, otros fabricarían aparatos
electrónicos, otros perfumes, otros los muebles, otros las viviendas, todo como hasta ahora, pero todo
ello sin mayor interés que vivir sin preocupaciones haciendo cada uno lo
mejor que pudiera para la humanidad. Todo el mundo tendría de todo y trabajaría
para todos. Naturalmente la idea no era que la inmensa mayoría de la población
obtuviera por su trabajo unos ingresos con los que apenas llegan a final de mes
mientras que hay otros que ganan en un día lo que los otros no ganan en dos
años.
Pero estamos en el
siglo XXI y peor no podíamos haberlo hecho. Estamos agotando recursos sin
pensar que se acaban. Contaminamos más que nunca y cuando se les advierte de
ello a los que más lo hacen, disimulan y dicen que los otros más. La riqueza de
la población mundial está en unas pocas manos. Más del 90% de la población
mundial tiene menos poder adquisitivo que el resto. ¿Por qué? Por la avaricia
de esos pocos. Se dedican a acumular riquezas muchas veces a costa de fabricar
productos en los países donde poco o nada se respetan los derechos humanos. Los
negocios son simplemente una máquina de hacer dinero, y si puedes aplastar a la
competencia, mejor. Nada de montar el negocio para servir a las personas, sino
para ganar dinero. En una empresa, antes era más importante la sección técnica, donde se desarrollaban los
productos y se vendían por su calidad, mientras que ahora lo importante es la
sección comercial, donde las empresas buscan a la gente que vende hasta a su
madre con tal de conseguir vender algo. No importa si el producto no es tan
bueno, si tienes un buen comercial, te lo venderá igualmente, aunque sea
mintiendo.
A los bancos hay
que darles de comer aparte. Lo que debería ser un servicio para el ciudadano es
una insensible fábrica de usureros para ganar dinero a toda costa. Y te ofrecen
de todo para que te abras una cuenta en su entidad y quedar atado durante
décadas a ese banco. Y ahora son, además, más inmobiliarias y vendedoras de
seguros que administradoras de dinero. No te aconsejan lo mejor para el
cliente, sino lo mejor para ellos, amparándose en la ignorancia de la gente.
Políticamente, el
mundo es una pena. Dividido en dos centenares de países, hay para todos los
gustos. Democráticos, dictatoriales, monárquicos, republicanos, teocráticos,
pero todos ellos son gobernados por gente ambiciosa que no tiene reparos en
mentir si ello le permite perpetuarse en el poder y seguir enriqueciéndose,
mientras no pagan los impuestos en el país que dirigen y que tanto dicen que
aman, porque tienen todo lo que le sisan a los contribuyentes en paraísos
fiscales.
Que haya tantos
países y tan diversos es una gozada para la industria armamentística, que se frotan
las manos cada vez que algún dirigente de algún país pequeño se envalentona y
se le ocurre amenazar a las grandes potencias. El problema es que llegue el día
en que sea una gran potencia la que amenace a otra gran potencia. Las
consecuencias las pagaremos todos los demás.
Miedo da pensar lo
que se oculta a la gente corriente. Entre intereses económicos, políticos y
sociales, no es de extrañar que los que poseen esos poderes teman perderlos, y
para ello nos acribillan cada vez más con más leyes que recortan las libertades
del ciudadano, como el control de Internet, las censuras, o la cada vez más
numerosa presencia de cámaras de vigilancia en las calles (de momento en las
calles).
¿Y qué decir de la Justicia?
Si eres un desgraciado que robado para comer es más probable que se quede en la
cárcel a cumplir su castigo que un ricachón poderoso que haya amasado una
fortuna a costa de defraudar a hacienda o robar fondos públicos o privados, o aprovechando
su buena colocación política, o sobornando a jueces o jurados. Es
incomprensible que esa gente que estafa, engaña y roba se permitan el lujo de
estar en la calle simplemente por disponer de un dinero robado que les sirve
para pagar las fianzas multimillonarias.
Pero Dios creó los
cielos y la tierra, y debe estar sorprendido de lo mucho que ha aprendido el
hombre fruto de su creación. Sorprendido de ver que lo que Él nunca hizo, como
poner freno a la libertad del hombre, sí que es el hombre el que le pone todas
las prohibiciones y límites a sus congéneres.