dimecres, 22 de juny del 2011

Cuéntame un cuento y verás que contento

Erase una vez un mundo imaginario donde habían diferentes tipos de personas, no según la raza, sino según el poder económico que dispusieran. Los habían indigentes, personas sin ninguna posesión, ni casa ni dinero. Dormían en el suelo de cualquier rincón de su ciudad. Después los habían que tenían lo justo para vivir sin necesidad de dormir en la calle. Llegaban con apuros a final de mes, pero llegaban. Después estaban los que no pasaban apuros, pero tampoco les sobraba el dinero. Eran llamados la clase media. A continuación, estaban los que tenían dinero suficiente para gastar y guardar. No tenían apuros para llegar a fin de mes. No escatimaban en gastos, pero su cuenta corriente tenía un límite. Por último, estaban los más avariciosos de todos. Les salía el dinero de las orejas. Cuanto más tenían, más querían. Se permitían todos los caprichos habidos y por haber. No podían contar sus posesiones de tantas que tenían. Se compraban casas, yates, aviones, jugaban a la bolsa, comían en los mejores restaurantes, jugaban al golf en el club más caro de la ciudad, más por hacer alarde de riqueza que por que les gustase...

Este último tipo de persona que habitaba en ese mundo imaginario, debido al poder que les daban sus riquezas, eran los que decidían el destino de este mundo. Decían lo que se tenía que hacer y los gobiernos de todos los países les hacían caso, ya que si lo hacían tal como decían, podrían mantenerse mucho tiempo en su lugar de responsabilidad, bien sea un gobierno o un ayuntamiento. Los poderosos les dejarían dinero para financiar sus campañas electorales y a cambio los partidos, aparte de devolver lo prestado, no promoverían leyes que supusieran recortar sus ingresos. Si algún partido político defendiera que los ricos pagaran más impuestos, los poderosos no les dejarían dinero, y sin publicidad, no obtendría muchos votos (porque a tener elecciones, le llamaban democracia).

Estos ricos riquísimos de este mundo imaginario, acaparaban toda la riqueza que podían, procediera de donde procediera, legal o ilegalmente, porque aunque los pillaran con las manos en la masa, nunca iban a la cárcel. Los bancos eran su casa. Obtenían sus beneficios a base de cobrar intereses de los préstamos que concedían a todos los demás tipos de habitantes de ese planeta imaginario. Se agrupaban en asociaciones de distinto tipo, como uno que llamaron Fondo Monetario Internacional, otro como Banco Central Europeo, otro como Reserva Federal, y siempre llegaban a la conclusión de que lo mejor para crear riqueza pasaba por reducir los gastos de los estados. ¿Cómo? No gastando tanto en funcionarios, en educación, en sanidad, en cultura... Además, se debían subir los ingresos. ¿Cómo? Subiendo los impuestos, los servicios de las casas (agua, luz, gas...).

Pero llegó un día en ese mundo imaginario en que los más ricos de todos vieron que no habían ganado lo suficiente que ellos creían que tenían que haber ganado. ¿Porqué?, se dijeron. Entonces echaron mano de sus organismos, FMI, BCE, y demás, recomendando que para arreglar la situación se tenía que aplicar un plan de choque. O sea, había que gastar menos e ingresar más. ¿Cómo? Reduciendo gastos en personal (o sea, dejando a la gente en paro), reduciendo los salarios de los que trabajaban, reduciendo en sanidad, en educación, en cultura... e ingresando más dinero en impuestos.

Pero entonces sucedió, que llegó el día en que los pobres que tenían lo justo para vivir no pudieron hacer frente a la subida de todos los impuestos, ni de los servicios, ni de la alimentación, ni del préstamo hipotecario que solicitaron en su día para pagar la casa en que vivían. Perdieron la casa y todos sus bienes.

La llamada clase media, de vivir sin apuros pasaron a ser los pobres que llegaban justitos a final de mes. Era la inmensa mayoría.

Los ricos menos ricos, que debían sus riquezas limitadas a empresas del ramo de la construcción en su mayoría, vieron que la gente dejó de comprar casas porque no podían comprarlas al precio tan desorbitado al que llegaron. En consecuencia, ellos tampoco podían pagar a sus proveedores, y al no cobrar los proveedores tuvieron que despedir a los trabajadores que no cobraban sus nóminas.

Menos mal que en ese mundo imaginario, estaban los organismos de los ricos ricos, para recomendar las nuevas normas para superar la crisis. Subir impuestos, moderación salarial, etc.,etc. Así ellos seguirían manteniendo su riqueza.

Así se fueron sucediendo las cosas, hasta que llegó el día en que los ricos ricos, querían ir a comer al mejor restaurante de la ciudad, después jugarían un partido de golf, o al tenis, que también viste mucho, se irían a dar una vuelta en yate hasta el puerto que estaba cercano al aeropuerto, donde irían en su jet privado a una ciudad cualquiera a cenar en el mejor restaurante de esa ciudad. Pero se encontraron con que el restaurante de su ciudad estaba cerrado, y todos sus empleados en el paro, en el golf no había trabajadores, ni había pilotos de avión, porque no había tripulación... Entonces los ricos ricos se detuvieron un momento, miraron a su alrededor, y vieron que parecía que el mundo se había detenido. No había rastro de movimiento. ¿Quien les iba a limpiar la mansión? ¿Quien les iba a pilotar su jet? ¿Donde repostarían sus coches deportivos? ¿Quién les haría la comida? ¿Quién les lavaría la ropa? ¿Donde comprarían la comida? ¿Quien cultivaría la tierra? ¿Donde comprarían la ropa? Serían los más ricos del mundo, pero ¡vivirían como los más pobres del mundo!.

Menos mal que esto es sólo un cuento de un mundo imaginario, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, y colorín colorado, este cuento se ha acabado.


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