divendres, 9 de desembre del 2011

Conocer a los otros no es más que ciencia; conocerse a sí mismo es inteligencia (Proverbio chino).

   Es sorprendente como los expertos sacan conclusiones a la ligera de cosas de tan difícil demostración. Resulta que han descubierto -eso dicen- un planeta similar a la tierra que se encuentra a 600 años luz, o sea, que se necesitarían 22 millones de años en un transbordador para llegar hasta él. Kepler-22b lo han bautizado. Se encuentra fuera del sistema solar. Ya cuentan que su año consta de 290 días, que podría tener agua y rocas y que da vueltas alrededor de otra estrella como nuestro sol. Lógicamente también divagan sobre la posibilidad de que haya vida en ese planeta o de habitarlo en el futuro. Pero bueno, según mis cuentas, si se necesitan 22 millones de años para llegar hasta él, y calculando que entre una generación y la siguiente hayan 30 años aproximadamente, la división me sale que no llegarían ni los bisnietos ni los tataranietos, ni siquiera los tataranietos de estos tataranietos. Llegarían después de 700.000 generaciones. Así que, mientras no hallen la forma de teletransportarse de un planeta a otro estilo Star Trek, no creo que valga la pena gastar un minuto en indagar más acerca de ese u otros planetas.




   Pero lo que sí se puede demostrar, visto lo visto, es que Dios es sabio y sabe donde colocar las cosas. Si hay dos planetas habitables, mejor que estén a 600 años luz y sean inaccesibles entre ellos, no sea que con la paranoia que tienen los países en la Tierra -sobretodo los grandes- a ser atacados, acabemos por destruir otro planeta aparte del nuestro, que bastante enfermo está ya.

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