Hay un
género humano que deambula a nuestro alrededor como si fuera nuestra sombra.
Quiere pasar desapercibido, pero notas su aliento en el cogote. Hay muchos,
unos más disimulados que otros, pero todos
terminan por ser descubiertos. Son los chafarderos o los cotillas.
Tengo un compañero de trabajo que es un
chafardero increíble. Estas en una conversación con algún o algunos de los
otros compañeros y llega él, reduciendo la marcha para escuchar de que se está
hablando. Viene uno de los jefes a dar trabajo, y el susodicho pasa cincuenta
veces por delante como el que pasa por allí a ver si nos está diciendo algo
importante para enterarse él también. Tiene su grupito, su red de espionaje,
gente que como él le gusta meterse en las conversaciones ajenas y está al
corriente de todo lo que acontece en la empresa. Es amigo de la chica de la
centralita telefónica, que está situada en la entrada a la empresa, por tanto
sabe quién entra y sale, sabe qué clientes nos visitarán ese día, sabe cuándo
se reúnen los representantes de los trabajadores con la empresa y trata de
averiguar los temas discutidos… También se ha buscado amistades en la planta de
los directivos, concretamente con las secretarias que le informan de los
pedidos de los clientes, de qué producto piden y para cuando lo piden. Busca,
indaga acerca de la progresión de las ventas, sabe si va bien o va mal. Está
muy preocupado por las vacaciones de los demás, más que de las suyas. Intenta
averiguar el sueldo de cada uno y lo que hacen los demás fuera del trabajo. Si
falta alguien en la empresa, es el primero que tiene que enterarse quién y por
qué no ha venido, para comunicarlo lo antes posible a sus amigos, antes de que
otro como él le reviente la exclusiva. Este hombre, debe ser el que tiene las
suelas de los zapatos más gastadas de toda la empresa, ya que todo el día está
yendo de un lado a otro de la fábrica para enterarse de todas las novedades y
supongo que debe terminar el día completamente exhausto tanto física como
mentalmente, ya que además tiene que hacer algo que no le debe gustar tanto,
como es el trabajar.
Pero como ya sabe todo el mundo cómo es, en
el pecado lleva la penitencia y también se le toma el pelo con suma facilidad.
Por ejemplo, recuerdo el día en que los jefes de los distintos departamentos de
la fábrica comentaron en voz alta que ese año (por aquel entonces no había ni
el más mínimo atisbo de crisis) no habría incremento salarial, y él, que tanto
le gusta oír las conversaciones ajenas pilló el comentario al vuelo, y lo fue
contando por ahí. Naturalmente era una broma que le estaban haciendo.
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